Desde hacía mucho tiempo que quería visitar Villa Epecuén, las ruinas del ex-popular pueblo turístico en el oeste de la provincia de Buenos Aires en Argentina que encontró un trágico final sucumbiendo bajo la lluvia el 10 de noviembre d 1985 cuando el terraplén de contención cedió y el agua cubrió completamente el pueblo.
Una potente sudestada en los días posteriores a las grandes lluvias completó la obra de destrucción.
Una inmensa inundación destruyó el sueño de tantos turistas que aprovechaban las inmensas piletas naturales de agua dulce para pasar sus vacaciones..
Hoy solo quedan ruinas de ese esplendor pasado.
Había sido inaugurada en 1821 cuando el turismo comenzaba a popularizarse en Argentina y, en inicio, fue la meta preferida de las familias adineradas. Luego, poco a poco, también fueron integrándose las familias de pocos recursos.
A inicios del siglo XX la llegada del ferrocarril le dio un impulso todavía mayor. Era su época de oro. Los trenes llenos de turistas tenían en Villa Epecuén una parada obligatoria donde descendían centenares de turistas.
En su época de mayor esplendor se llegó a decir que sus aguas tenían poderes sanadores, aunque en realidad la laguna que tenía esas propiedades era la laguna vecina de Carhué, con un alto contenido de sal que favorecía la cura de enfermedades óseas y reumáticas.
En realidad pasaron varios años para que el lodo de la laguna, fuera reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) por algunas propiedades curativas.
Tenía de todo: hoteles familiares y hoteles de lujo, restaurantes para todos los bolsillos. Con apenas 1.200 habitantes era uno de los principales centros turísticos de la región donde llegaban entre 25.000 y 30.000 turistas por temporada de verano.
Números notables para la época, estoy hablando de la década 1960-1970. Tenía 6.000 plazas hoteleres (cinco veces más que sus habitantes) y alrededor de 300 ejercicios comerciales.
Llegó incluso a competir con la popular Mar del Plata, aunque a una escala menor, y para las familias menos pudientes que no podían gastar demasiado dinero en las vacaciones.
Prácticamente en una época en la cuál la apertura de los negocios seguía los horarios tradicionales Epecuén mantenía todos sus negocios abiertos las 24 horas del día.
De invierno, por supuesto, quedaba totalmente vacía. Era solo turismo de verano. Algunos, en botes, se alejaban de las costas de la laguna y aprovechaban para pasar el día pescando.
Siempre se temía por el peligro de una gran inundación ya que el pueblo se encontraba casi al mismo nivel de la laguna. Por ese motivo las obras hidráulicas para el desague eran imprencindibles.
Sin embargo el golpe militar de 1976 y la posterior dictadura anuló cualquier posibilidad de llevar adelante el proyecto. Eran años duros para Argentina en los cuáles la Junta Militar se preocupaba solo por reprimir pensamientos contrarios a su ideología.
A inicios de 1985 llovió en pocos meses la misma cantidad que normalmente llovía en un año. El agua se fue de a poco acumulando y el nivel de la laguna comenzó a subir. Pero lo que le dio el golpe de gracia fue la sudestada del 10 de noviembre (fenómeno meteorológico caracterizado por una intensa lluvia con fuertes vientos y oleajes que afecta especialmente el Rio de la Plata).
En pocas horas el pueblo quedó totalmente inundado y comenzó la evacuación general de la población. Cada uno se llevaba lo que podía.
El terraplén cedió y el agua comenzó a entrar en el pueblo, lenta e inexorablemente. Los habitantes comenzaron a tapar puertas y hendijas por donde pudiera pasar el agua con bolsas de arena pero el agua avanzaba. A las pocas horas ya los hoteles estaban cubiertos con un metro de agua.
Las napas subterráneas de la laguna se rompieron y comenzó a filtrar el agua hacia la superficie. A pesar de no llover más el agua de la agua comenzó a crecer a razón de un centímetro por hora.
Las personas que habitaban en las partes más elevadas del pueblo volvieron a sus hogares en la esperanza de poder recomenzar. Pero el agua seguía avanzando, lenta e inexorablemente. Hasta que también para ellos llegó la hora del éxodo.
En menos de un mes Villa Epecuén se transformó de centro turístico, floreciente y lleno de vida en un lugar devastado, en un pueblo fantasma.
Los años gloriosos de Villa Epecuén habían quedado, luego de unos meses, sumergidos bajo siete metros de agua.
Veinte años después de ese trágico 1985, el agua comenzó paulatinamente a bajar y los ex-vecinos que se habían radicado en Carhué y otros pueblos vecinos quisieron volver y se encontraron con un paisaje devastador, surrealista.
Sus ojos no se podían habituar a esa marea de recuerdos, de vestigios de un pasado esplendoroso y de proyectos que no pudieron ser.
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