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29 de marzo de 2012

Lago Escondido, un maravilloso lago oculto en la cordillera, al pie del Paso Garibaldi.

Atravesando los Andes Fueguinos, 60 kilómetros al Norte de Ushuaia, y pasando por los principales centros invernales de la provincia, encontramos este hermoso lago enclavado en la cordillera y al pie del Paso Garibaldi. Llegamos a él luego de transitar 36 kilómetros de pavimento y 24 de ripio por Ruta Nacional Nº 3.

 Desde la Hostería Petrel, ubicada en la cabecera de Lago Escondido, podemos realizar caminatas por las montañas que lo circundan y practicar pesca deportiva.

También se puede conocer una bella cascada a la que se llega luego de una agradable caminata que culmina en un mirador suspendido que permite gozar de la fina lluvia que se desprende de la caída de agua.

El Río Escondido en todo su esplendor, recorre el campo bordeado de fogones. Un hermoso puente lo cruza y se confunde con el paisaje. Caminando también, se llega hasta el Lago Escondido propiamente dicho.

Duración aproximada de la excursión: 7 horas.

Lago Escondido es una localidad de 71 habitantes (INDEC, 2001), del departamento Ushuaia en la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, Argentina.

Se trata de una localidad que fundamentalmente vive de la explotación de la madera y del turismo.

Es una localidad ubicada a 57 km al norte de Ushuaia, se encuentra en un paraje boscoso donde existe una importante producción maderera y se accede por un camino de ripio cercano al Paso Garibaldi. Existe un importante aserradero que nutre de trabajo a la personas que llegan de Chile o de Misiones por su experiencia maderera.

Cuenta con la Escuela Primaria N.º 6 "Provincia de Entre Ríos".1

Lago Escondido se encuentra rodeado de bosques y encajonado en la zona cordillerana del departamento de Ushuaia, el color de las aguas del lago suele cambiar según la luz solar, en una de sus márgenes se encuentra una hostería.
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Atravesando los Andes Fueguinos, 60 kilómetros al Norte de Ushuaia, y pasando por los principales centros invernales de la provincia, encontramos este hermoso lago enclavado en la cordillera y al pie del Paso Garibaldi. Llegamos a él luego de transitar 36 kilómetros de pavimento y 24 de ripio por Ruta Nacional Nº 3.

 Desde la Hostería Petrel, ubicada en la cabecera de Lago Escondido, podemos realizar caminatas por las montañas que lo circundan y practicar pesca deportiva.

También se puede conocer una bella cascada a la que se llega luego de una agradable caminata que culmina en un mirador suspendido que permite gozar de la fina lluvia que se desprende de la caída de agua.

El Río Escondido en todo su esplendor, recorre el campo bordeado de fogones. Un hermoso puente lo cruza y se confunde con el paisaje. Caminando también, se llega hasta el Lago Escondido propiamente dicho.

Duración aproximada de la excursión: 7 horas.

Lago Escondido es una localidad de 71 habitantes (INDEC, 2001), del departamento Ushuaia en la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, Argentina.

Se trata de una localidad que fundamentalmente vive de la explotación de la madera y del turismo.

Es una localidad ubicada a 57 km al norte de Ushuaia, se encuentra en un paraje boscoso donde existe una importante producción maderera y se accede por un camino de ripio cercano al Paso Garibaldi. Existe un importante aserradero que nutre de trabajo a la personas que llegan de Chile o de Misiones por su experiencia maderera.

Cuenta con la Escuela Primaria N.º 6 "Provincia de Entre Ríos".1

Lago Escondido se encuentra rodeado de bosques y encajonado en la zona cordillerana del departamento de Ushuaia, el color de las aguas del lago suele cambiar según la luz solar, en una de sus márgenes se encuentra una hostería.
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20 de marzo de 2012

Cerro Aconcagua, el pico más alto de América.

El cerro Aconcagua es una montaña de la cordillera de los Andes y se encuentra en el extremo noroccidental de la provincia de Mendoza, Argentina. Es el pico más alto de América y al mismo tiempo el más alto del mundo fuera de Asia.

La montaña se yergue con 6962 metros de altura. Al norte y al este limita con el Valle de las Vacas y al oeste y al sur con el Valle de los Horcones inferior. Varios glaciares atraviesan sus laderas; los más importantes son el glaciar nororiental o polaco y el del este o inglés. Se encuentra dentro del Parque provincial Aconcagua, y es una montaña muy frecuentada por andinistas de todo el mundo.

Estudios geológicos sitúan la elevación del Aconcagua en la edad Permotriásica, unos 200 a 280 millones de años atrás. La montaña fue creada por la subducción de la placa de Nazca debajo de la placa Sudamericana durante la orogenia andina (terciaria, por lo tanto geológicamente reciente). El origen de su nombre no está claro: se discute si viene del araucano o mapudungun Aconca-Hue o del Quechua Ackon Cahuak. Este último nombre significa "Centinela de Piedra"

Vías de ascensión.

En términos montañistas, el Aconcagua es técnicamente sencillo desde la cara norte, a través de la "vía normal" del noroeste, en la que no es necesario el uso de técnicas de escalada. Los efectos de la altitud son muy severos (la presión atmosférica es el 40% de la existente a nivel del mar) y las condiciones climatológicas pueden cambiar bruscamente (el conocido "viento blanco" del Aconcagua). No se requiere el uso de oxígeno artificial.
En la "vía normal" se asciende a través de campamentos de altura con sus correspondientes días de descanso. Los hitos más significativos de la vía son: Campo Base (Plaza de Mulas), El Semáforo, Piedras Conway, Plaza Canadá, Piedra de 5000, Cambio de Pendiente, Nido de Cóndores, Berlín, Piedras Blancas, Piedras Negras, Independencia, Portezuelo de los Vientos, Gran Travesía, La Canaleta y Cumbre del Aconcagua (siguiendo el orden creciente de dificultad).
-->
La segunda vía, mucho más riesgosa que aquélla, es la del glaciar de los Polacos. Ésta se aproxima a la montaña a través del valle de las Vacas, asciende hasta la base del glaciar de los Polacos y cruza la vía normal hasta la subida final a la cumbre.

Las vías desde las crestas situadas al sur y suroeste son las más duras, considerándose la Pared Sur como la más difícil. Se trata de una escalada muy comprometida y de alta dificultad en una de las mayores paredes del mundo (3000 m de pared aprox.) La primera ascensión de la Pared Sur fue realizada el 25 de febrero de 1954 por los franceses Pierre Lesueuer, Adrien Dagory, Edmond Denis, Robert Paragot, Lucien Berardini y Guy Poulet. El jefe de la expedición era René Ferlet.
La primera ascensión al Aconcagua de la que se tiene noticia se realizó en 1897 por una expedición liderada por el británico Briton Edward Fitzgerald. La cumbre fue alcanzada por el suizo Mathias Zurbriggen el 14 de enero y por otros dos miembros de la expedición unos días después.

El primer argentino en hacer cumbre fue Nicolás Plantamura, perteneciente al Ejército Argentino, el 8 de marzo de 1934; la primera mujer fue la francesa Adriana Bance, el 7 de marzo de 1940, quien ascendió acompañada por miembros del Club Andinista de Mendoza.

Actualmente, antes de subir a la cima es necesario adquirir un permiso en la autoridad provincial del parque de Aconcagua en Mendoza. Los precios varían dependiendo de la estación.

En la "vía normal" se asciende a través de campamentos de altura con sus correspondientes días de descanso. Los hitos más significativos de la vía son: Campo Base (Plaza de Mulas), El Semáforo, Piedras Conway, Plaza Canadá, Piedra de 5000, Cambio de Pendiente, Nido de Cóndores, Berlín, Piedras Blancas, Piedras Negras, Independencia, Portezuelo de los Vientos, Gran Travesía, La Canaleta y Cumbre del Aconcagua (siguiendo el orden creciente de dificultad).
La segunda vía, mucho más riesgosa que aquélla, es la del glaciar de los Polacos. Ésta se aproxima a la montaña a través del valle de las Vacas, asciende hasta la base del glaciar de los Polacos y cruza la vía normal hasta la subida final a la cumbre.

Las vías desde las crestas situadas al sur y suroeste son las más duras, considerándose la Pared Sur como la más difícil. Se trata de una escalada muy comprometida y de alta dificultad en una de las mayores paredes del mundo (3000 m de pared aprox.) La primera ascensión de la Pared Sur fue realizada el 25 de febrero de 1954 por los franceses Pierre Lesueuer, Adrien Dagory, Edmond Denis, Robert Paragot, Lucien Berardini y Guy Poulet. El jefe de la expedición era René Ferlet.

La primera ascensión al Aconcagua de la que se tiene noticia se realizó en 1897 por una expedición liderada por el británico Briton Edward Fitzgerald. La cumbre fue alcanzada por el suizo Mathias Zurbriggen el 14 de enero y por otros dos miembros de la expedición unos días después.

El primer argentino en hacer cumbre fue Nicolás Plantamura, perteneciente al Ejército Argentino, el 8 de marzo de 1934; la primera mujer fue la francesa Adriana Bance, el 7 de marzo de 1940, quien ascendió acompañada por miembros del Club Andinista de Mendoza.

Actualmente, antes de subir a la cima es necesario adquirir un permiso en la autoridad provincial del parque de Aconcagua en Mendoza. Los precios varían dependiendo de la estación.
Para celebrar el cuarto centenario de la publicación del Don Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra, un joven montañista español llamado Javier Cantero leyó en su cima algunos párrafos de la célebre obra.

Por otro lado, en una edición de la revista chilena Andes Magazine (noviembre de 2006), se cuestionó el liderazgo del Cerro Aconcagua como el monte más alto de América. En la publicación se afirmaba que el volcán Ojos del Salado superaría en casi 100 metros a su par, basándose en una medición muy precaria desarrollada en 1956.

Luego en 2007 una expedición franco-chilena realizó una nueva medicion del Ojos del Salado, el resultado de la misma fue 6.891m, confirma.

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El cerro Aconcagua es una montaña de la cordillera de los Andes y se encuentra en el extremo noroccidental de la provincia de Mendoza, Argentina. Es el pico más alto de América y al mismo tiempo el más alto del mundo fuera de Asia.

La montaña se yergue con 6962 metros de altura. Al norte y al este limita con el Valle de las Vacas y al oeste y al sur con el Valle de los Horcones inferior. Varios glaciares atraviesan sus laderas; los más importantes son el glaciar nororiental o polaco y el del este o inglés. Se encuentra dentro del Parque provincial Aconcagua, y es una montaña muy frecuentada por andinistas de todo el mundo.

Estudios geológicos sitúan la elevación del Aconcagua en la edad Permotriásica, unos 200 a 280 millones de años atrás. La montaña fue creada por la subducción de la placa de Nazca debajo de la placa Sudamericana durante la orogenia andina (terciaria, por lo tanto geológicamente reciente). El origen de su nombre no está claro: se discute si viene del araucano o mapudungun Aconca-Hue o del Quechua Ackon Cahuak. Este último nombre significa "Centinela de Piedra"

Vías de ascensión.

En términos montañistas, el Aconcagua es técnicamente sencillo desde la cara norte, a través de la "vía normal" del noroeste, en la que no es necesario el uso de técnicas de escalada. Los efectos de la altitud son muy severos (la presión atmosférica es el 40% de la existente a nivel del mar) y las condiciones climatológicas pueden cambiar bruscamente (el conocido "viento blanco" del Aconcagua). No se requiere el uso de oxígeno artificial.
En la "vía normal" se asciende a través de campamentos de altura con sus correspondientes días de descanso. Los hitos más significativos de la vía son: Campo Base (Plaza de Mulas), El Semáforo, Piedras Conway, Plaza Canadá, Piedra de 5000, Cambio de Pendiente, Nido de Cóndores, Berlín, Piedras Blancas, Piedras Negras, Independencia, Portezuelo de los Vientos, Gran Travesía, La Canaleta y Cumbre del Aconcagua (siguiendo el orden creciente de dificultad).
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La segunda vía, mucho más riesgosa que aquélla, es la del glaciar de los Polacos. Ésta se aproxima a la montaña a través del valle de las Vacas, asciende hasta la base del glaciar de los Polacos y cruza la vía normal hasta la subida final a la cumbre.

Las vías desde las crestas situadas al sur y suroeste son las más duras, considerándose la Pared Sur como la más difícil. Se trata de una escalada muy comprometida y de alta dificultad en una de las mayores paredes del mundo (3000 m de pared aprox.) La primera ascensión de la Pared Sur fue realizada el 25 de febrero de 1954 por los franceses Pierre Lesueuer, Adrien Dagory, Edmond Denis, Robert Paragot, Lucien Berardini y Guy Poulet. El jefe de la expedición era René Ferlet.
La primera ascensión al Aconcagua de la que se tiene noticia se realizó en 1897 por una expedición liderada por el británico Briton Edward Fitzgerald. La cumbre fue alcanzada por el suizo Mathias Zurbriggen el 14 de enero y por otros dos miembros de la expedición unos días después.

El primer argentino en hacer cumbre fue Nicolás Plantamura, perteneciente al Ejército Argentino, el 8 de marzo de 1934; la primera mujer fue la francesa Adriana Bance, el 7 de marzo de 1940, quien ascendió acompañada por miembros del Club Andinista de Mendoza.

Actualmente, antes de subir a la cima es necesario adquirir un permiso en la autoridad provincial del parque de Aconcagua en Mendoza. Los precios varían dependiendo de la estación.

En la "vía normal" se asciende a través de campamentos de altura con sus correspondientes días de descanso. Los hitos más significativos de la vía son: Campo Base (Plaza de Mulas), El Semáforo, Piedras Conway, Plaza Canadá, Piedra de 5000, Cambio de Pendiente, Nido de Cóndores, Berlín, Piedras Blancas, Piedras Negras, Independencia, Portezuelo de los Vientos, Gran Travesía, La Canaleta y Cumbre del Aconcagua (siguiendo el orden creciente de dificultad).
La segunda vía, mucho más riesgosa que aquélla, es la del glaciar de los Polacos. Ésta se aproxima a la montaña a través del valle de las Vacas, asciende hasta la base del glaciar de los Polacos y cruza la vía normal hasta la subida final a la cumbre.

Las vías desde las crestas situadas al sur y suroeste son las más duras, considerándose la Pared Sur como la más difícil. Se trata de una escalada muy comprometida y de alta dificultad en una de las mayores paredes del mundo (3000 m de pared aprox.) La primera ascensión de la Pared Sur fue realizada el 25 de febrero de 1954 por los franceses Pierre Lesueuer, Adrien Dagory, Edmond Denis, Robert Paragot, Lucien Berardini y Guy Poulet. El jefe de la expedición era René Ferlet.

La primera ascensión al Aconcagua de la que se tiene noticia se realizó en 1897 por una expedición liderada por el británico Briton Edward Fitzgerald. La cumbre fue alcanzada por el suizo Mathias Zurbriggen el 14 de enero y por otros dos miembros de la expedición unos días después.

El primer argentino en hacer cumbre fue Nicolás Plantamura, perteneciente al Ejército Argentino, el 8 de marzo de 1934; la primera mujer fue la francesa Adriana Bance, el 7 de marzo de 1940, quien ascendió acompañada por miembros del Club Andinista de Mendoza.

Actualmente, antes de subir a la cima es necesario adquirir un permiso en la autoridad provincial del parque de Aconcagua en Mendoza. Los precios varían dependiendo de la estación.
Para celebrar el cuarto centenario de la publicación del Don Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra, un joven montañista español llamado Javier Cantero leyó en su cima algunos párrafos de la célebre obra.

Por otro lado, en una edición de la revista chilena Andes Magazine (noviembre de 2006), se cuestionó el liderazgo del Cerro Aconcagua como el monte más alto de América. En la publicación se afirmaba que el volcán Ojos del Salado superaría en casi 100 metros a su par, basándose en una medición muy precaria desarrollada en 1956.

Luego en 2007 una expedición franco-chilena realizó una nueva medicion del Ojos del Salado, el resultado de la misma fue 6.891m, confirma.

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15 de marzo de 2012

Argentina, enorme y variado, un país para descubrir que se gestó entre influencias étnicas y culturales.

Enorme y variado. Así es este país que nació a la vida independiente hace menos de doscientos años y se gestó tras sucesivas influencias étnicas y culturales.

A sus pobladores autóctonos -cuyos orígenes datan de hace 15 milenios- se sumaron, paulatinamente, los colonos europeos, quienes arribaron a sus costas en el siglo XVI con afán expedicionario primero y con determinación residente después.

Hasta bien entrado el siglo XX, esta nación ha sido receptora de extranjeros, que por un motivo o por otro acabaron echando sus raíces en un suelo al que, ante todo, vislumbraron como fértil. Y lo era. En sus casi tres millones de kilómetros cuadrados, el octavo país más grande del mundo supo ser el nuevo hogar de españoles, italianos, alemanes, judíos e ingleses, que lograron convivir y acrisolarse en una geografía tan exhuberante como generosa. Igual que su sociedad.

Muchas han sido -y son- las caras de este país, polifacético donde los haya, con el perfil esculpido a golpe de cincel cosmopolita. Pero lo cierto es que Argentina tiene rostro de mujer, quizás porque su nombre es la obra de un poeta. Según cuenta la leyenda, el sacerdote extremeño Martín del Barco Centenera fue quien la bautizó hace más de 400 años, aunque lo hizo sin querer.

En su poesía épica titulada ‘La Argentina’, este clérigo describía la región del Río de la Plata y la fundación de Buenos Aires, su capital. Aquellos versos -o, más precisamente, su título- inspiraron el resto. A saber, un territorio cuyo nombre proviene del latín (‘argentum’) y simboliza, sin duda alguna, la pujanza incesante por conquistarlo: los metales preciosos que presumiblemente había en el lugar y, entre ellos, la plata. No es casual, por lo tanto, que su principal estuario tenga una denominación acorde.

 El Río de la Plata -que separa a Argentina de Uruguay- es el más ancho del mundo y se comporta como un mar. Su desembocadura, justo donde el agua dulce se funde con el salobre oceánico, mide 219 kilómetros en total, una distancia parecida a la que hay entre Madrid y Burgos.

Este rasgo, claro está, es motivo de orgullo para los argentinos, quienes tienen fama de atesorar récords, y no sólo deportivos. Su monte más elevado -el Aconcagua- es el más alto de todo el continente, con una cota que alcanza los 6.959 metros. En contrapartida, Argentina también alberga la mayor profundidad de América, una depresión de 103 metros bajo el nivel del mar, situada en la Laguna del Carbón.

Pero, además de estar muy bien ubicada en esa suerte de ‘palmarés geográfico’, Argentina se luce -y mucho- con varias plusmarcas urbanas y sociales. Con casi doce millones de habitantes, su capital es la tercera ciudad más poblada del planeta y, dentro de ella, la Avenida 9 de Julio es una de las más anchas del mundo.
 Hacen falta varios minutos para cruzar los 110 metros que separan una acera de la que está enfrente, y eso sin tener en cuenta el tiempo que se destine a contemplar el Obelisco, una mole de cemento que data de 1936, mide 67 metros de altura y fue erigida en apenas un mes.

Para conocer cabalmente este país hacen falta tres factores: tiempo, energía y dinero. Hasta hace algunos años, el coste de vida en Buenos Aires era más caro que en París, aunque la crisis económica del año 2001 redujo considerablemente los precios, haciendo de Argentina un destino turístico accesible, en especial para los europeos.

Aun así, es tanta su inmensidad y tan diversa su oferta, que lo mejor antes de partir es ahorrar unos cuantos euros o, en su defecto, estudiar bien las opciones, planificar el itinerario y, qué más remedio, elegir.
 Buenos Aires, indudablemente, es un punto obligado en el trayecto, pero no por ser la capital ni el lugar adonde arriban los aviones, sino por su belleza intrínseca y su rica oferta cultural.

En la actualidad, funcionan allí 175 salas de teatro y 200 de cine, a las que se añaden todo tipo de museos y espectáculos callejeros que vale la pena admirar. En el barrio de La Boca -imperdible- suena el tango, ese compás del arrabal, del infortunio y de la hombría.

En Recoleta, en cambio, afloran los restaurantes y los pubs de moda junto una especie de ‘Soho’ neoyorquino donde se reúne la vanguardia del diseño. Espacios verdes, como Palermo, hacen el contrapunto a las calles del centro, como Corrientes, Florida y Santa Fe.

Y Puerto Madero, junto al muelle, ofrece cenas tranquilas a la orilla del río en decenas de establecimientos que combinan modernidad y tradición, pues todo el conjunto arquitectónico (unos viejos barracones de ladrillo) ha sido restaurado para tal fin. «Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo…», cantaba Astor Piazzola. Y mucho llevaba de razón.
 Descontando el glamour de la ciudad, Argentina ofrece un turismo volcado a la naturaleza y, por añadidura, a la contemplación. La Patagonia y sus glaciares, en especial el Perito Moreno, es una de las principales atracciones del país.

Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981, esta enorme mole de hielo se impone soberana desde sus 70 metros de altura y sus 230 kilómetros cuadrados de extensión. Máxime, cuando se produce algún desprendimiento.

Para hielo, nieve y frío -además de la maravillosa Tierra del Fuego o los lagos del sur-, el turista puede elegir entre decenas de lugares con encanto, pueblecitos como de fábula, puertos de montaña e importantes centros de esquí. Argentina, de arriba abajo, está bordada por la Cordillera de los Andes, su frontera natural con Chile y uno de los accidentes geográficos más espectaculares del globo, al que, evidentemente, sabe sacarle partido. Entre las muchas actividades posibles, allí se puede volar en tren. Sí, leyó bien, en tren.

El convoy parte los sábados de la ciudad de Salta y cruza la cadena montañosa siguiendo un trazado de lo más complejo: 217 kilómetros de vía, que, entre puentes, túneles, rulos y zigzags, conduce al ferrocarril hasta los 4.000 metros de altura. Literalmente ‘colgado’ de los montes, el ‘Tren de las Nubes’ parece escalar el cielo, sobre todo en el viaducto de La Polvorilla, el tramo más esperado (y emocionante) del trayecto.
 No obstante, para dejarse avasallar por un entorno natural de potencia y ensueño, nada como las Cataratas del Iguazú, en la frontera con Brasil. Sus casi 300 saltos de agua (de hasta 70 metros de altura) rugen majestuosos y se muestran imponentes ante la maravilla de los turistas, que, de seguro, querrán volver.

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Enorme y variado. Así es este país que nació a la vida independiente hace menos de doscientos años y se gestó tras sucesivas influencias étnicas y culturales.

A sus pobladores autóctonos -cuyos orígenes datan de hace 15 milenios- se sumaron, paulatinamente, los colonos europeos, quienes arribaron a sus costas en el siglo XVI con afán expedicionario primero y con determinación residente después.

Hasta bien entrado el siglo XX, esta nación ha sido receptora de extranjeros, que por un motivo o por otro acabaron echando sus raíces en un suelo al que, ante todo, vislumbraron como fértil. Y lo era. En sus casi tres millones de kilómetros cuadrados, el octavo país más grande del mundo supo ser el nuevo hogar de españoles, italianos, alemanes, judíos e ingleses, que lograron convivir y acrisolarse en una geografía tan exhuberante como generosa. Igual que su sociedad.

Muchas han sido -y son- las caras de este país, polifacético donde los haya, con el perfil esculpido a golpe de cincel cosmopolita. Pero lo cierto es que Argentina tiene rostro de mujer, quizás porque su nombre es la obra de un poeta. Según cuenta la leyenda, el sacerdote extremeño Martín del Barco Centenera fue quien la bautizó hace más de 400 años, aunque lo hizo sin querer.

En su poesía épica titulada ‘La Argentina’, este clérigo describía la región del Río de la Plata y la fundación de Buenos Aires, su capital. Aquellos versos -o, más precisamente, su título- inspiraron el resto. A saber, un territorio cuyo nombre proviene del latín (‘argentum’) y simboliza, sin duda alguna, la pujanza incesante por conquistarlo: los metales preciosos que presumiblemente había en el lugar y, entre ellos, la plata. No es casual, por lo tanto, que su principal estuario tenga una denominación acorde.

 El Río de la Plata -que separa a Argentina de Uruguay- es el más ancho del mundo y se comporta como un mar. Su desembocadura, justo donde el agua dulce se funde con el salobre oceánico, mide 219 kilómetros en total, una distancia parecida a la que hay entre Madrid y Burgos.

Este rasgo, claro está, es motivo de orgullo para los argentinos, quienes tienen fama de atesorar récords, y no sólo deportivos. Su monte más elevado -el Aconcagua- es el más alto de todo el continente, con una cota que alcanza los 6.959 metros. En contrapartida, Argentina también alberga la mayor profundidad de América, una depresión de 103 metros bajo el nivel del mar, situada en la Laguna del Carbón.

Pero, además de estar muy bien ubicada en esa suerte de ‘palmarés geográfico’, Argentina se luce -y mucho- con varias plusmarcas urbanas y sociales. Con casi doce millones de habitantes, su capital es la tercera ciudad más poblada del planeta y, dentro de ella, la Avenida 9 de Julio es una de las más anchas del mundo.
 Hacen falta varios minutos para cruzar los 110 metros que separan una acera de la que está enfrente, y eso sin tener en cuenta el tiempo que se destine a contemplar el Obelisco, una mole de cemento que data de 1936, mide 67 metros de altura y fue erigida en apenas un mes.

Para conocer cabalmente este país hacen falta tres factores: tiempo, energía y dinero. Hasta hace algunos años, el coste de vida en Buenos Aires era más caro que en París, aunque la crisis económica del año 2001 redujo considerablemente los precios, haciendo de Argentina un destino turístico accesible, en especial para los europeos.

Aun así, es tanta su inmensidad y tan diversa su oferta, que lo mejor antes de partir es ahorrar unos cuantos euros o, en su defecto, estudiar bien las opciones, planificar el itinerario y, qué más remedio, elegir.
 Buenos Aires, indudablemente, es un punto obligado en el trayecto, pero no por ser la capital ni el lugar adonde arriban los aviones, sino por su belleza intrínseca y su rica oferta cultural.

En la actualidad, funcionan allí 175 salas de teatro y 200 de cine, a las que se añaden todo tipo de museos y espectáculos callejeros que vale la pena admirar. En el barrio de La Boca -imperdible- suena el tango, ese compás del arrabal, del infortunio y de la hombría.

En Recoleta, en cambio, afloran los restaurantes y los pubs de moda junto una especie de ‘Soho’ neoyorquino donde se reúne la vanguardia del diseño. Espacios verdes, como Palermo, hacen el contrapunto a las calles del centro, como Corrientes, Florida y Santa Fe.

Y Puerto Madero, junto al muelle, ofrece cenas tranquilas a la orilla del río en decenas de establecimientos que combinan modernidad y tradición, pues todo el conjunto arquitectónico (unos viejos barracones de ladrillo) ha sido restaurado para tal fin. «Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo…», cantaba Astor Piazzola. Y mucho llevaba de razón.
 Descontando el glamour de la ciudad, Argentina ofrece un turismo volcado a la naturaleza y, por añadidura, a la contemplación. La Patagonia y sus glaciares, en especial el Perito Moreno, es una de las principales atracciones del país.

Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981, esta enorme mole de hielo se impone soberana desde sus 70 metros de altura y sus 230 kilómetros cuadrados de extensión. Máxime, cuando se produce algún desprendimiento.

Para hielo, nieve y frío -además de la maravillosa Tierra del Fuego o los lagos del sur-, el turista puede elegir entre decenas de lugares con encanto, pueblecitos como de fábula, puertos de montaña e importantes centros de esquí. Argentina, de arriba abajo, está bordada por la Cordillera de los Andes, su frontera natural con Chile y uno de los accidentes geográficos más espectaculares del globo, al que, evidentemente, sabe sacarle partido. Entre las muchas actividades posibles, allí se puede volar en tren. Sí, leyó bien, en tren.

El convoy parte los sábados de la ciudad de Salta y cruza la cadena montañosa siguiendo un trazado de lo más complejo: 217 kilómetros de vía, que, entre puentes, túneles, rulos y zigzags, conduce al ferrocarril hasta los 4.000 metros de altura. Literalmente ‘colgado’ de los montes, el ‘Tren de las Nubes’ parece escalar el cielo, sobre todo en el viaducto de La Polvorilla, el tramo más esperado (y emocionante) del trayecto.
 No obstante, para dejarse avasallar por un entorno natural de potencia y ensueño, nada como las Cataratas del Iguazú, en la frontera con Brasil. Sus casi 300 saltos de agua (de hasta 70 metros de altura) rugen majestuosos y se muestran imponentes ante la maravilla de los turistas, que, de seguro, querrán volver.

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10 de marzo de 2012

Un paseo por la Patagonia: desde El Bolson hasta Puerto Montt.

Península Valdés.

Volamos a Trelew en Península Valdés. Cuando el avión desciende se ve una llanura infinita de matojos pequeños con algunas inacabables rectas que son carreteras de ripio. Recuerdo "Los hijos del capitán Grant" de Julio Verne.


Alquilamos un coche en el aeropuerto. Nos enteramos que aquí es frecuente volcar y por lo tanto hay que dejar una franquicia de 4000 pesos, más de 1000 euros. El coche, afortunadamente está tocado por todos sitios. Pienso que así habrá menos problemas a la hora de devolverlo.


Anochece, sopla el viento. Conduce Victoria porque yo estoy tuerto. Exageramos la precaución. Nos pasan camiones renqueantes. Una señal indica obligatorio el uso de las luces de cruce y aunque estamos solos en la carretera vamos despacio por no llevar las largas. Un rato después recuerdo que la señal se refiere a que de día también hay que llevar los faros encendidos, ponemos las largas y nos comenzamos a relajar. Vamos a Puerto Madryn, que le dicen Puerto Madrín.


Es una ciudad absolutamente turística, con muchos hoteles y toda la zona comercial a la orilla del golfo Nuevo. Después de varios fracasos que nos hacen pensar que aquello está lleno, conseguimos posada en el Hotel Petit. Salimos a cenar y a comunicar con la niña, que llegó bien a su destino, ya está en casa de Pepe. Nos hartamos de marisco en la Cantina del Náutico. Buscamos un bar para una copa. Entramos en uno que tiene varias mesas de billar, se llama "El Agite" Los pocos clientes que hay son adolescentes jugando al billar. El camarero estética heavy metal y la música también. Pero no sabe servir copas. Ha de ir a buscar whisky. Eso sí, cuando llega con la botella me sirve un vaso de cuarto de litro.


Desayunamos en el hotel. El comedor es una pequeña sala con vitrinas que exponen los objetos más variopintos: envases de antiguos medicamentos, fotografías, postales, navajas, llaves, piedras, conchas. Tienen aspecto de ser recuerdos del propietario. Pienso en Lalo, que arrastra hasta los cromos de su juventud, y confirmo el fetichismo como una característica de muchos argentinos. Un corto paseo por la orilla del mar, que me sirve para constatar un divertido cambio de costumbres. La baranda del paseo marítimo está llena de inscripciones del estilo "Pepe estuvo aquí en octubre del 2000", pero ahora las firmas son direcciones de e-mail. Paramos en una estación de servicio, llenamos el depósito y compramos un set de mate, es decir, un termo, una matera, la bombilla y el mate. Por supuesto, llenamos el termo con agua caliente y nos dirigimos a Puerto Pirámides. La carretera conserva el asfalto durante algunos kms. luego se convierte en pista de ripio y nosotros en los conductores más lentos del país.

Reserva Natural de Península Valdés.


En primer lugar vamos a ver la Isla de los Pájaros que está al norte del principio del istmo de la península. Estamos solos, en armonía con el paisaje desolado y ventoso. Hay algunas construcciones: miradores, ermita, los restos de una vieja avioneta, que voló Saint Exupéry, un catalejo de esos de meter monedas y la Isla de los Pájaros que puede verse pero no pisarse, una alambrada lo impide. Además ahora está la marea alta y no se puede llagar a pie.


Efectivamente está llena de pájaros, pero más que nada llama la atención su forma. Es como la silueta de la boa que se tragó al elefante en "El Principito". Mientras cotilleamos uno de los edificios, donde hay varios posters informativos de fauna y flora de la región y lucho con mi conciencia sobre llevarme unos tarros que hay con una víbora y una viuda negra -venció el civismo y no me los llevé- aparece un muchacho y nos cuenta algunas cosas. Está de prácticas de biología y vive en una de aquellas casetas durante unos meses mientras toma apuntes para su trabajo.


La estrella del relato es el escritor de "El principito" quien además de trabajar como correo aéreo por estas tierras, escribió esa obra mirando a la Isla de los Pájaros evidentemente. Después de las fotos de rigor continuamos hacia Puerto Pirámides , aunque aún nos paramos en un museo con bichos disecados, fósiles, etc y un mensaje curioso. La puerta de un armario anuncia en su interior la especie más depredadora, cuando se abre un espejo nos devuelve nuestra imagen. Ingenioso ¿no?.


Puerto Pirámides es un pueblo minúsculo, que vive del turismo. La oferta estrella es el avistamiento de ballenas. Alquilamos una cabaña llena de camas y elegimos nuestra excursión de ballenas sin demasiado acierto porque después de hacerla pensamos que en zodiac habría sido más emocionante.


Antes de embarcarnos nos proporcionan unos ponchos de lona y unos chalecos salvavidas. Una procesión de guiris con aspecto de boyas cutres por la playa. Nos subimos a un barco que arrastrará hasta el mar un tractor mientras nos dan instrucciones obvias como "no se muevan todos bruscamente a la vez que podemos volcar, no griten que molestan a las ballenas, etc" y partimos costeando hacia el este. En la orilla se ven algunas focas y cormoranes, pero todos nos desojamos mirando el mar para decir los primeros: "por allí resopla". Bueno, yo lo pienso.



En realidad, las ballenas están localizadas y censadas. Se han acostumbrado a la reserva y no dudan en acercarse a la embarcación para cotillear. Vienen a mirarnos, sobre todo las crías, las madres se acercan como esperando un comentario sobre su prole y vigilando por si acaso. Nos acercamos a la orilla y nos siguen, casi podemos acariciarlas pero la borda es demasiado alta. Victoria disfruta como si hubiera dado con una tribu de civilización perfecta. Filmo de forma compulsiva y pienso en la oferta de sumergirte con estos bichos, pero aún hace demasiado frío.


Después de horas, que se hacen cortas, volvemos a la playa. En el camino vemos, de lejos, una ballena que brinca ofreciendo la vista de su cola, que nos faltaba. El atraque es curioso, el barco siguiendo las indicaciones de unos bidones y unos palos hincados en el fondo se coloca sobre el remolque y un tractor tira hasta dejarnos en la orilla.


Por la tarde, fatigosa excursión a Punta Delgada por una horrenda pista de ripio. Hora y media para 75 km. Vemos elefantes marinos desde muy lejos y vuelta por el mismo camino. Ahora con el sol poniente de frente para hacerlo más difícil. Por el camino vemos ovejas, caballos, algunos guanacos, gallináceas y un armadillo, cuando nos adelantan o se espantan de nuestro paso renqueante.


Cala Valdés.


A la mañana siguiente partimos hacia Cala Valdés. Voy adquiriendo soltura con el ripio. Paramos en una pingüinera. Es un acantilado de tierra sobre una playa, enfrente aflora un banco de arena paralelo a la costa. Todo parece llegar hasta el infinito. El viento es tan fuerte que resulta divertido ver como los pájaros vuelan hacia atrás por más esfuerzos que hagan para avanzar. Los pingüinos, que siempre parecen camareros elegantes, están anidando. Casi todos en parejas, incuban los huevos o fornican en los agujeros que han construido en el talud del acantilado. Los pocos que están solos gritan desconsolados. Comienzo a imitarles y conseguimos algún tipo de equívoca comunicación.


En Cala Valdés coincidimos con algún autocar. Son excursiones escolares. Procuramos evitarlas. Los guardas de la reserva, en plan cómplice nos permiten acercarnos a los elefantes marinos más allá del cercado. Así que llegamos hasta la playa procurando no hacer ruido para no estresar a las bestias.


Me recuerdan a Fraga, gordas, torpes, gruñonas, autoritarias, inmovilistas. Pienso en uno de los folletos que leí. Contaba como las orcas atacaban a estos bichos. Deseo fervientemente que aparezca alguna orca, pero no tengo suerte . Pasamos un rato filmando como se tiran piedras por encima de vez en cuando y viendo como el grandón atiza a la más próxima algunas veces. Si fuera un bicho de estos me pasaría todo el tiempo en el agua. En tierra son un desastre.


Comemos cabrito asado mirando al mar. Discutimos si unos chorros y aletas que se adivinan próximos al horizonte son orcas o ballenas. Pronto uno de los guardas nos explica que son ballenas y nos presta sus prismáticos.


Seguimos hacia Punta Norte por un camino que sigue la costa. Paramos en una orilla cercana a la carretera. El suelo es de cantos rodados negruzcos, las olas se deslizan sin estridencia haciendo sonar las piedras de forma relajante.



En Punta Norte más de lo mismo, o sea elefantes y lobos marinos desde lejos. Damos un corto paseo, les miramos. También vuelan pelícanos sobre la orilla. Cuando volvemos al coche, nos encontramos un par de armadillos que se acercan y se dejan tocar. Les damos galletas y se hacen muy amigos. Son divertidos, parecen caballeros medievales miopes. Corretean de forma compulsiva y entre las escamas de la coraza les salen muchos y recios pelos. Aquí les dicen peludos.
 Curiosamente, aunque sean patosos en tierra, se mueven con la dignidad de un cronopio. Son tiernos y seductores. Una pareja de pingüinos me obsequió todo un paso de ballet. Luego se fueron caminando de la aleta (de la mano) por la orilla. Rememorando ese rato con los pingüinos he desatendido la conversación. Piden 50 dólares por persona para ir a la pingüinera. Pasamos de pingüinos. La cabaña no llega a los 50 pesos. Vemos maras, que son una especie de liebre del tamaño de un borriquillo.


Los argentinos nos miman. No sólo podemos devolver el coche en Puerto Madryn, sin necesidad de volver a Trelew, sino que nos aplican otra tarifa más ventajosa y nos ahorramos unos pesos. Conseguimos el billete de avión a Bariloche a muy buen precio en unas líneas aéreas del ejército. Descubrimos un gran invento turístico. Los ayuntamientos tienen unas oficinas donde se centraliza toda la oferta. Trato tope amable y gratuito. Les dices presupuesto y te dicen donde hay plazas. Contentos nos vamos a un hotel de cierto lujo: el Muelle Viejo. El hostelero había sido "gallego", el verano anterior viajó a Mallorca. Su único recuerdo es un calor inaguantable. Tiene hijos en Barcelona. A la mañana nos demuestra su amistad poniendo a todo volumen "Valencia", cuando entramos a desayunar.


El vuelo en un fokker moderno con una corta escala en Esquel. Sobrevolar la cordillera siempre es un espectáculo.


Esta vez el coche que alquilamos está para estrenar, un WW Gol. No me comí ninguna letra, es el Polo de Europa, quizá le llamen Gol por la afición al fútbol. Esto parece Suiza pero a lo bestia. Grandes montañas nevadas, lagos, carretera amplia y asfaltada.


Paramos a llenar de gasolina el coche y de agua caliente el termo para el mate. Hace sol y fresco. Y tomamos rumbo sur hacia El Bolsón. De vez en cuando paramos y nos acercamos a la orilla del lago Gutiérrez y el Mascardi. Luego las montañas ya no tienen nieve, son más bajas. Campos muy grandes con vacas y la recta infinita de la carretera para nosotros solos. Velocidad de paseo mirando el paisaje mientras mateamos.

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Península Valdés.

Volamos a Trelew en Península Valdés. Cuando el avión desciende se ve una llanura infinita de matojos pequeños con algunas inacabables rectas que son carreteras de ripio. Recuerdo "Los hijos del capitán Grant" de Julio Verne.


Alquilamos un coche en el aeropuerto. Nos enteramos que aquí es frecuente volcar y por lo tanto hay que dejar una franquicia de 4000 pesos, más de 1000 euros. El coche, afortunadamente está tocado por todos sitios. Pienso que así habrá menos problemas a la hora de devolverlo.


Anochece, sopla el viento. Conduce Victoria porque yo estoy tuerto. Exageramos la precaución. Nos pasan camiones renqueantes. Una señal indica obligatorio el uso de las luces de cruce y aunque estamos solos en la carretera vamos despacio por no llevar las largas. Un rato después recuerdo que la señal se refiere a que de día también hay que llevar los faros encendidos, ponemos las largas y nos comenzamos a relajar. Vamos a Puerto Madryn, que le dicen Puerto Madrín.


Es una ciudad absolutamente turística, con muchos hoteles y toda la zona comercial a la orilla del golfo Nuevo. Después de varios fracasos que nos hacen pensar que aquello está lleno, conseguimos posada en el Hotel Petit. Salimos a cenar y a comunicar con la niña, que llegó bien a su destino, ya está en casa de Pepe. Nos hartamos de marisco en la Cantina del Náutico. Buscamos un bar para una copa. Entramos en uno que tiene varias mesas de billar, se llama "El Agite" Los pocos clientes que hay son adolescentes jugando al billar. El camarero estética heavy metal y la música también. Pero no sabe servir copas. Ha de ir a buscar whisky. Eso sí, cuando llega con la botella me sirve un vaso de cuarto de litro.


Desayunamos en el hotel. El comedor es una pequeña sala con vitrinas que exponen los objetos más variopintos: envases de antiguos medicamentos, fotografías, postales, navajas, llaves, piedras, conchas. Tienen aspecto de ser recuerdos del propietario. Pienso en Lalo, que arrastra hasta los cromos de su juventud, y confirmo el fetichismo como una característica de muchos argentinos. Un corto paseo por la orilla del mar, que me sirve para constatar un divertido cambio de costumbres. La baranda del paseo marítimo está llena de inscripciones del estilo "Pepe estuvo aquí en octubre del 2000", pero ahora las firmas son direcciones de e-mail. Paramos en una estación de servicio, llenamos el depósito y compramos un set de mate, es decir, un termo, una matera, la bombilla y el mate. Por supuesto, llenamos el termo con agua caliente y nos dirigimos a Puerto Pirámides. La carretera conserva el asfalto durante algunos kms. luego se convierte en pista de ripio y nosotros en los conductores más lentos del país.

Reserva Natural de Península Valdés.


En primer lugar vamos a ver la Isla de los Pájaros que está al norte del principio del istmo de la península. Estamos solos, en armonía con el paisaje desolado y ventoso. Hay algunas construcciones: miradores, ermita, los restos de una vieja avioneta, que voló Saint Exupéry, un catalejo de esos de meter monedas y la Isla de los Pájaros que puede verse pero no pisarse, una alambrada lo impide. Además ahora está la marea alta y no se puede llagar a pie.


Efectivamente está llena de pájaros, pero más que nada llama la atención su forma. Es como la silueta de la boa que se tragó al elefante en "El Principito". Mientras cotilleamos uno de los edificios, donde hay varios posters informativos de fauna y flora de la región y lucho con mi conciencia sobre llevarme unos tarros que hay con una víbora y una viuda negra -venció el civismo y no me los llevé- aparece un muchacho y nos cuenta algunas cosas. Está de prácticas de biología y vive en una de aquellas casetas durante unos meses mientras toma apuntes para su trabajo.


La estrella del relato es el escritor de "El principito" quien además de trabajar como correo aéreo por estas tierras, escribió esa obra mirando a la Isla de los Pájaros evidentemente. Después de las fotos de rigor continuamos hacia Puerto Pirámides , aunque aún nos paramos en un museo con bichos disecados, fósiles, etc y un mensaje curioso. La puerta de un armario anuncia en su interior la especie más depredadora, cuando se abre un espejo nos devuelve nuestra imagen. Ingenioso ¿no?.


Puerto Pirámides es un pueblo minúsculo, que vive del turismo. La oferta estrella es el avistamiento de ballenas. Alquilamos una cabaña llena de camas y elegimos nuestra excursión de ballenas sin demasiado acierto porque después de hacerla pensamos que en zodiac habría sido más emocionante.


Antes de embarcarnos nos proporcionan unos ponchos de lona y unos chalecos salvavidas. Una procesión de guiris con aspecto de boyas cutres por la playa. Nos subimos a un barco que arrastrará hasta el mar un tractor mientras nos dan instrucciones obvias como "no se muevan todos bruscamente a la vez que podemos volcar, no griten que molestan a las ballenas, etc" y partimos costeando hacia el este. En la orilla se ven algunas focas y cormoranes, pero todos nos desojamos mirando el mar para decir los primeros: "por allí resopla". Bueno, yo lo pienso.



En realidad, las ballenas están localizadas y censadas. Se han acostumbrado a la reserva y no dudan en acercarse a la embarcación para cotillear. Vienen a mirarnos, sobre todo las crías, las madres se acercan como esperando un comentario sobre su prole y vigilando por si acaso. Nos acercamos a la orilla y nos siguen, casi podemos acariciarlas pero la borda es demasiado alta. Victoria disfruta como si hubiera dado con una tribu de civilización perfecta. Filmo de forma compulsiva y pienso en la oferta de sumergirte con estos bichos, pero aún hace demasiado frío.


Después de horas, que se hacen cortas, volvemos a la playa. En el camino vemos, de lejos, una ballena que brinca ofreciendo la vista de su cola, que nos faltaba. El atraque es curioso, el barco siguiendo las indicaciones de unos bidones y unos palos hincados en el fondo se coloca sobre el remolque y un tractor tira hasta dejarnos en la orilla.


Por la tarde, fatigosa excursión a Punta Delgada por una horrenda pista de ripio. Hora y media para 75 km. Vemos elefantes marinos desde muy lejos y vuelta por el mismo camino. Ahora con el sol poniente de frente para hacerlo más difícil. Por el camino vemos ovejas, caballos, algunos guanacos, gallináceas y un armadillo, cuando nos adelantan o se espantan de nuestro paso renqueante.


Cala Valdés.


A la mañana siguiente partimos hacia Cala Valdés. Voy adquiriendo soltura con el ripio. Paramos en una pingüinera. Es un acantilado de tierra sobre una playa, enfrente aflora un banco de arena paralelo a la costa. Todo parece llegar hasta el infinito. El viento es tan fuerte que resulta divertido ver como los pájaros vuelan hacia atrás por más esfuerzos que hagan para avanzar. Los pingüinos, que siempre parecen camareros elegantes, están anidando. Casi todos en parejas, incuban los huevos o fornican en los agujeros que han construido en el talud del acantilado. Los pocos que están solos gritan desconsolados. Comienzo a imitarles y conseguimos algún tipo de equívoca comunicación.


En Cala Valdés coincidimos con algún autocar. Son excursiones escolares. Procuramos evitarlas. Los guardas de la reserva, en plan cómplice nos permiten acercarnos a los elefantes marinos más allá del cercado. Así que llegamos hasta la playa procurando no hacer ruido para no estresar a las bestias.


Me recuerdan a Fraga, gordas, torpes, gruñonas, autoritarias, inmovilistas. Pienso en uno de los folletos que leí. Contaba como las orcas atacaban a estos bichos. Deseo fervientemente que aparezca alguna orca, pero no tengo suerte . Pasamos un rato filmando como se tiran piedras por encima de vez en cuando y viendo como el grandón atiza a la más próxima algunas veces. Si fuera un bicho de estos me pasaría todo el tiempo en el agua. En tierra son un desastre.


Comemos cabrito asado mirando al mar. Discutimos si unos chorros y aletas que se adivinan próximos al horizonte son orcas o ballenas. Pronto uno de los guardas nos explica que son ballenas y nos presta sus prismáticos.


Seguimos hacia Punta Norte por un camino que sigue la costa. Paramos en una orilla cercana a la carretera. El suelo es de cantos rodados negruzcos, las olas se deslizan sin estridencia haciendo sonar las piedras de forma relajante.



En Punta Norte más de lo mismo, o sea elefantes y lobos marinos desde lejos. Damos un corto paseo, les miramos. También vuelan pelícanos sobre la orilla. Cuando volvemos al coche, nos encontramos un par de armadillos que se acercan y se dejan tocar. Les damos galletas y se hacen muy amigos. Son divertidos, parecen caballeros medievales miopes. Corretean de forma compulsiva y entre las escamas de la coraza les salen muchos y recios pelos. Aquí les dicen peludos.
 Curiosamente, aunque sean patosos en tierra, se mueven con la dignidad de un cronopio. Son tiernos y seductores. Una pareja de pingüinos me obsequió todo un paso de ballet. Luego se fueron caminando de la aleta (de la mano) por la orilla. Rememorando ese rato con los pingüinos he desatendido la conversación. Piden 50 dólares por persona para ir a la pingüinera. Pasamos de pingüinos. La cabaña no llega a los 50 pesos. Vemos maras, que son una especie de liebre del tamaño de un borriquillo.


Los argentinos nos miman. No sólo podemos devolver el coche en Puerto Madryn, sin necesidad de volver a Trelew, sino que nos aplican otra tarifa más ventajosa y nos ahorramos unos pesos. Conseguimos el billete de avión a Bariloche a muy buen precio en unas líneas aéreas del ejército. Descubrimos un gran invento turístico. Los ayuntamientos tienen unas oficinas donde se centraliza toda la oferta. Trato tope amable y gratuito. Les dices presupuesto y te dicen donde hay plazas. Contentos nos vamos a un hotel de cierto lujo: el Muelle Viejo. El hostelero había sido "gallego", el verano anterior viajó a Mallorca. Su único recuerdo es un calor inaguantable. Tiene hijos en Barcelona. A la mañana nos demuestra su amistad poniendo a todo volumen "Valencia", cuando entramos a desayunar.


El vuelo en un fokker moderno con una corta escala en Esquel. Sobrevolar la cordillera siempre es un espectáculo.


Esta vez el coche que alquilamos está para estrenar, un WW Gol. No me comí ninguna letra, es el Polo de Europa, quizá le llamen Gol por la afición al fútbol. Esto parece Suiza pero a lo bestia. Grandes montañas nevadas, lagos, carretera amplia y asfaltada.


Paramos a llenar de gasolina el coche y de agua caliente el termo para el mate. Hace sol y fresco. Y tomamos rumbo sur hacia El Bolsón. De vez en cuando paramos y nos acercamos a la orilla del lago Gutiérrez y el Mascardi. Luego las montañas ya no tienen nieve, son más bajas. Campos muy grandes con vacas y la recta infinita de la carretera para nosotros solos. Velocidad de paseo mirando el paisaje mientras mateamos.

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