Una gira de punta a punta por la provincia de la selva y los ríos, internándose en rutas de asfalto y caminos de tierra roja, para dormir en lodges junto a un arroyo virginal, andar a caballo y visitar saltos como el Encantado y los del Moconá.
Una experiencia autóctona y gringa en la tierra del té y la yerba mate.
A las seis de la mañana partimos en auto desde Buenos Aires y seis en punto de la tarde estábamos ya en la costanera de la ciudad de Posadas, mirando el fluir casi inmóvil del Paraná. Pasamos la noche en la capital misionera y arrancamos temprano hacia las ruinas de la Reducción Jesuítica de San Ignacio.
A la media hora de viaje con rumbo norte desde Posadas comenzó a brotar la exuberancia vegetal, y en un pequeño monte selvático nos detuvimos a comprobar la teoría de un amigo misionero: “Mi provincia es la única con un aroma propio; huele a verde, a entrañas salvajes y a tierra roja mojada, una fragancia que te ingresa en los pulmones con la fuerza de un torrente”.
Distintas formas de transporte conviven en las rutas misioneras, entre selva y zonas forestadas.
fuente: Imagenes de Argentina
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