Print Friendly and PDF
nome-foto

30 de noviembre de 2013

Costumbres y leyendas jujeñas.

Posted By: Hugo Rep - noviembre 30, 2013

La provincia de Jujuy, al igual que las otras provincias norteñas, se caracteriza por su gran variedad de Leyendas y Costumbres.

Heredadas de remotos antepasados sobreviven en Jujuy creencias en seres mágicos y legendarios, benignos y malignos.


Entre estas podemos nombrar:

La hoja de Coca.

Una leyenda cuenta que los dos hijos del Sol, Manco Capac y Mama Okllu, llegaron a la tierra con un regalo del cielo para los hombres: La COCA.

Desde tiempos sin memoria, las hojas de este arbusto participaron por tal razón, de la vida mítica, mágica y religiosa del pueblo inca. Su consumo no ha decrecido sino que, ignorando leyes y condenas se ha extendido más allá del ámbito quichua, convirtiéndose en unas de las grandes polémicas americanas a la par que importante fuente de ingresos para algunos países. En ellos, su cultivo y exportación tiene el amparo del propio gobierno que aplica para estos casos, leyes y principios morales muy particulares. En Argentina el cultivo de la planta de Coca está prohibido, no así su consumo y tenencia que esta reglamentado bajo la Ley 23.373. (Ver ley), en tanto que países como Bolivia y Perú permiten su cultivo.

Coquear es la palabra que describe la acción de mascar las hojas de coca. El coquero (quien realiza esta acción) no masca las hojas, sino que forman un bolo con las hojas (llamado "Acuyico", "Acusi", Mascada, y otras variantes fonéticas de la voz de origen quichua “Akullikuy”) y lo colocan entre las mejillas y la mandíbula donde la tienen por horas, provocando una abundante salivación que saborean lentamente.

No se parte ni se desmenuza la hoja; se la ovilla con la lengua, una sobre otra, metódica y pausadamente. En todo el noroeste Argentino, especialmente en Jujuy y Salta, son muchísimos los adeptos a este suave alcaloide y son raros aquellos que jamás la han probado. Entre los adeptos no solo están incluidos todos aquellos de origen étnico, sino también blancos, mestizos.

Los "coqueros", por lo general apelan a este vegetal para trabajar muchas horas o para acompañar las largas tertulias regadas con "bebidas espirituosas" y condimentadas con mucha "juerga". La emplean para combatir el sueño, el hambre, la sed y el cansancio. Los “coqueros” afirman que se sienten animosos, lucidos y alegres cuando la tienen en la boca, y es sabido por todo norteño que no hay nada mejor para evitar el apunamiento que un buen “acuyico”. El uso de la coca, en este caso, no es el que le dan las personas que se dedican a matar la juventud con vicios innobles.

Alrededor de las mesas de juego, asados y guitarreadas, abundan las hojas de coca y los platillos con bicarbonato que reemplaza a la “Yicta”, una pasta sólida preparada con féculas de papas y cenizas vegetales, que le dan a la saliva un sabor distinto, excitante y digestivo. La “Yicta” o el “bicarbonato (Bica)” sirve para estimular la savia de la hoja.
Ley 23.737

Sancionada el 21 de Septiembre de 1989, promulgada el 10 de Octubre de 1989 por aplicación del artículo 70 de la Constitución Nacional y publicada en Boletín Oficial el 11 de Octubre de 1989.

Art.15: La tenencia y el consumo de hojas de coca en su estado natural, destinado a la práctica del coqueo o masticación, o a su empleo como infusión, no será considerada como tenencia o consumo de estupefacientes.


Entre los aborígenes quichuas este acuyico cumplía un rol de ritual mitológico, actualmente es entregado como ofrenda a la Pachamama al tiempo que se implora su amparo.

En la Puna es utilizado por adivinos para predecir el porvenir (Acuyicomancia); unos estudian la consistencia para extraer conclusiones, en tanto que otros observan su color y la forma que adoptan cuando se los aplasta con una roca; algunos otros los dejan secar sobre un papel al sol y analizan las manchas que se producen en el papel.

Algunos hechiceros Puneños aconsejan enterrar el “acuyico” cuando su dueño está enfermo y no arrojarlo en cualquier parte, con el fin de evitar “daños”que puedan agravar el mal, variante rural sin duda, de la medicina preventiva.

Su utilización es diversa y extensa pero, en síntesis, podría ser un residuo masticatorio que tiene características mágicas singulares y goza en general del afecto del usuario, que agradecen sus bondades dándole virtudes mánticas y místicas supletorias, como si se tratara de un ente con vida propia y muerte útil.

 
Ritual de la Pachamama.

Es, probablemente, la más popular de las creencias mitológicas del ámbito incaico que aun sobreviven con fuerza en algunas regiones del Noroeste Argentino (NOA) y muy especialmente en Jujuy. La difusión del mito usa como vehículo las lenguas quichua y aimara. Cuando llegaron los españoles, la Pachamama ya era una leyenda en el folklore incaico, lo cual indica que su origen hay que buscarlo en las comunidades agrícolas del occidente sudamericano.

El primero de agosto es el día de la PACHAMAMA. Ese día se entierra en un lugar cerca de la casa una olla de barro con comida cocida. También se pone coca, YICTA, alcohol, vino, cigarros y chicha para carar (alimentar) a la Pachamama. Ese mismo día hay que ponerse unos cordones de hilo blanco y negro, confeccionados con lana de llama hilando hacia la izquierda. Estos cordones se atan en los tobillos, las muñecas y el cuello, para evitar el castigo de la Pachamama.

Hoy se da este nombre  a la tierra en un concepto deificado. Es la Madre Tierra, como la representación del dios del bien, ella que nos demuestra generosidad en todo sentido, haciendo mudar los frutos u ofreciéndonos los minerales y riquezas guardadas en su seno.

A esta deidad periódicamente se le rinde pleitesía mediante el acto ritual denominado Challa, en afán de reparar con este rito  la acción humana de hollar en su seno, al mismo tiempo se agradece los bienes que nos ofrece para nuestro sustento o las riquezas que guardaba en su seno, pidiendo que no deje de favorecernos.

La Pachamama es por lo tanto la diosa femenina de la tierra y la fertilidad; una divinidad agrícola benigna concebida como la madre que nutre, protege y sustenta a los seres humanos. La Pacha Mama vendría a ser la diosa de la agricultura comunal, fundamento de toda civilización y el Estado Andino.

La Flechada.

 
El ritual se refiere a la participación comunitaria en la construcción de lo que será el primer hogar de una pareja de recién casados.

Una vez entregada la vivienda a los esposos, éstos organizan una gran fiesta. Previamente a los festejos se realiza una ofrenda a la Pachamama o Madre Tierra, colocando en un hueco sencillos bienes cotidianos.

A continuación los hombres, armados con simbólicas flechas, apuntan a un huevo de gallina suspendido de la viga principal de la habitación. Al hacer blanco el huevo caerá en el hoyo ya preparado con la ofrenda y será cubierto con la misma tierra removida. Luego vendrán las coplas y la fiesta, donde el augurio de una nueva vida se pone de manifiesto. Cuando el piso queda perfectamente nivelado bajo los pies de las parejas bailando, “La Flechada” se habrá consumado.

Este ritual es llevado a cabo para desalojar de la flamante vivienda, a todos los demonios que pudieran haberse refugiado en ella durante su construcción, solitaria y sin amparo.

Para algunos, el huevo representa el habitáculo del mal; para otros es una forma original de agasajar a la Pachamama al tiempo que, hostigando con las flechas a los espíritus malignos, se los obligue a abandonar la vivienda.

Ukako.

Con este vocablo se designan los “altares del diablo” que el mineros suelen levantar en los rincones más perdidos de las galerías abandonadas.

Allí se rinde culto y se depositan ofrendas similares a las que se entregan a la Pachamama; coca, cigarrillos, alcohol, acuyicos y sahumerio, con la finalidad de evitar que el diablo se lleve la veta de mineral a otros cerros y deje a los obreros sin trabajo.

Al cavar en las minas, los mineros, si encuentran una veta, entronizan la figura de "Ukako" en una vieja y abandonada mina, distante del establecimiento minero. Un día viernes, en lo más profundo de la cueva, levantan el altar del Dios, que se representa con una figura con ojos grandes, orejas puntiagudas, dientes filosos, cuernos arqueados y una larga melena. En la mano izquierda sostiene un trozo del mineral encontrado y en la otra un tridente, ya en su trono, "Ukako" recibe las ofrendas.

Dicen los mineros que "el señor de las tinieblas Ukako, nada tiene que ver con el Satán de los europeos que representa el mal por el mal mismo; Ukako, en cambio, en la sepulcral oscuridad del socavón guía los pasos de los mineros como un duende protector de las minas en las montañas puneñas".

Ucumar.

También se le llama “UKUMAN”. Proviene de la voz quichua y quiere decir “cuerpo, parte material de un ser animado”. Eso es lo que era : sólo un cuerpo. Un cuerpo horrible sin alma aparente. Las cosas tan feas tienen prohibido rondar por el abanico de los sentimientos. Y era mujer, cubierta de pelos negros, largos, sucios, duros, pero elásticos. De las líneas de su rostro sólo se destacaban dos ojos pequeños, intensos, oscuros y hundidos. Los pelos que le nacían en la frente caían sobre la nariz y la boca, separados apenas por bufidos y manotazos a uno y otro lado. La boca era un tajo enorme y baboso, y los dientes salidos, aislados unos de otros, cada cual con su propio ángulo.

Si tenía senas senos o no era cuestión de polémica entre los habitantes de la aldea mitad selva mitad andes.

Cuando nació, su padre quiso ahogarla. La madre, la protegió entre sus brazos y no la abandonó nunca. Tuvo más amor por el pequeño monstruo que por sus cinco hermosos hijos anteriores. Por su celo y por su pena fue quedando sola y enfermó. Mientras agonizaba, con más fuerza que nunca abrazó y miró a ese cuerpo extraño que ella había parido.

Arrancaron de su cuerpo, rígido ya el engendro que bramaba y aullaba. Quiso la suerte que fuera arrojada a un rincón de la enorme choza, hasta tanto se cumplieran los ritos funerarios con la madre. Cuando regresaron los hermanos y el padre sin saber que hacer, entre los murmullos de la otra gente, la encontraron acurrucada y lanzado sonidos extraños, como si llorara. No fue por misericordia que salvo la vida. Había miedo en la choza.

Como no se le veían órganos genitales, pero sus piernas se manchaban de rojo cada luna, fue la “ucumara”.

Se hizo enorme, hosca y gruñona y al parecer, temerosa.

Uno de los hombres de la aldea, de su mismo tiempo, entre crepúsculos y soledades se acercaba furtivo a la aldea- choza con creciente asiduidad. No temía ni lo inmutaban los gruñidos y saltos ostentosos con que la “ucumara” retribuía sus visitas,  que eran breves, pero tensas. Un día le arrojó frutas y otro día un trozo de carne humana. La tribu devoraba a los prisioneros de guerra y el dueño del enemigo muerto era el dueño del banquete. La “ucumara” comió y no dejó restos. Estaba entendido entonces que apreciaba el obsequio y por consiguiente el hombre lo repitió tantas veces como pudo, recibiendo en pagos gruñidos más suspirados, saltos menos agresivos.

Un día la aldea en pleno se encaminó al río distante, para cumplir la ceremonia anual de adoración a la creciente tumultuosa y atronadora que traía el deshielo de las cumbres blancas. El hombre regresó, eligiendo rincones para no  ser visto y luego de una lucha feroz, violó a la “ucumara”.

A partir de entonces su hosquedad fue total y su furia aumentó. Odió a los hombres y al mundo circundante. Las piedras de su choza desaparecieron, arrojadas con increíble fuerza contra todo ser viviente que se aproximara.

Cuando no tuvo más piedras, huyó.

Regresó una tarde tormentosa y raptó a su violador sin que nadie se atreviera a detenerla, menos aún la víctima, vencida su resistencia a golpes y arrastrado de una pierna por los peñascos y huaycos hasta la pétrea guarida donde, imaginamos, llegó mas muerto que vivo. Allí tuvo que elegir entre la vida y las nupcias: escogió el amor, y por un tiempo su ritmo fue el ritmo de la “ucumara” que, ya grávida y desconcertada, con el abdomen hinchado y palpitante, pensaba más en sí, que en su complaciente prisionero. Un día creyó encontrar oportunidad, cuando el monstruo gemía con los dolores del parto.

Huyó de la caverna, rápido y temeroso, pero la “ucumara” entre rugidos y dolor, lo alcanzó. Le arrancó la cabeza y arrastró el cuerpo de su amor hasta la caverna. Entre llantos y convulsiones se lo comió.

Poso después nació otra UCUMARA, toda cubierta de pelos, negros, duros, pero elásticos, de la cabeza a los pies. Amamantó a su hija, le enseñó a comer carne roja y cuando el retoño ya cazaba con sus manos, con un rugido del alma, murió de muerte sencilla y se fue al cielo de los monstruos, en la paz de la montaña.

La leyenda se bifurca a partir del nacimiento del UCUMAR . Una vertiente afirma que el llanto del monstruo, por la muerte de su madre, era tan fuerte y desgarrados que llegó a los oídos de Wiracocha – espuma de mar- dios blanco de largas barbas rubias que gobernaba el Cuzco y para calmar su pena, le prometió la inmortalidad. Otro venero  mitológico sostiene que Wiracocha se presentó al ucumar y para castigarlo por sus crímenes y lascivia, le dio la vida eterna vagando por los cerros y selvas. Así también lapidan a los violadores sobre quienes pendía la permanente amenaza de ser devorados por el ucumar.

La leyenda, de origen peruano, está muy difundida en Salta y Jujuy. En nuestra provincia  se ubica al monstruo en los departamentos de San Pedro y Ledesma rondando los ingenios azucareros. La imaginación popular lo hacía prisionera o accionista de uno de ellos. 

Ekeko.

No falta en casi ningún hogar boliviano o de origen boliviano, la representación contemporánea de este Dios menor de la mitología aimara llamado “Ekeko”. Es un muñequito bien vestido, cargado de objetos suntuosos y billetes de banco. Sobre sus hombros lleva ollas de plata, collares de oro, pequeños bolsas de coca, como símbolo de opulencia. Su rostro eufórico denota la alegría del que todo lo tiene. Sus facciones no son las de “Cholo” o indio del altiplano, sino que parecen actualizadas con finos bigotes al mejor estilo de los galanes cinematográficos de los años treinta. Es el Dios de la abundancia.

De vez en cuando, en las engalanadas caravanas de automóviles que acompañan a los templos a las parejas de novios de origen boliviano, se lo ve infaltable sobre la carrocería de vehículos cubiertos de punta a punta por vajillas de plata, ponchos de vicuña, mantas cochabambinas, monedas y dinero de todo tipo entre cintas multicolores, flores y cuadros de los santos preferidos, ornato que representa los augurios de los invitados para los contrayentes.

Hoy todos se refieren a él bromeando (indígenas incluidos) pero, por “esas cosas”, es un penate siempre presente en un lugar destacado de la vivienda, que recoge el anhelo de sus moradores por una vida más placentera, sin angustias económicas.

Idolillos que traen fortuna son comunes en numerosas mitologías de todo el mundo, pero lo que provoca curiosidad es el atuendo moderno con que la imaginería popular viste a este Dios menor precolombino.

Abundancia, amor afortunado, virilidad, fertilidad y en síntesis, felicidad; dones del idolillo que da sin enajenar libertad o moral alguna: ¡ Por fin un Dios realmente Generoso !

Manca Fiesta
.

Cruzando el río Toro Ara, desde La Quiaca hacia Yavi, a campo abierto, se dan cita los Puneños el tercer domingo de Octubre para hacer la Manca Fiesta.

Fiesta de la Olla, quiere decir este vocablo híbrido compuesto quichua-castellano. Quizas le llamen asi porque las ollas que llevan los alfareros aborígenes, ocupan un lugar destacado en todos lospuestos de trueque o venta donde, junto a ellas, pueden encontrarse tejidos de Suripugio, cacharros de barro cocido de Casira, barraganes de Pozuelos y Santa Catalina (que allí llaman barracanes) y fruta fresca de Sococha o Talina.

Llegan Puneños desde los cuatro vientos y llegan también bolivianos de los pueblos próximos a la frontera. Poco es lo que se vende, mucho lo que se trueca. La ganancia es pobre pero la diversión es rica.

La fiesta-Feria dura varios días, tanto como se necesiten para agotar las mercancías y las expectativas. Hay música de quenas y anatas, retumbo de cajas, chisporrotear de charangos. Hay coplas de amor y regateos sin fin en quichua y en español. Hay cantos y bailes; “encuentros” y apresurados romances al mejor estilo Puneño: pocas palabras, mucho juego de manos y hechos concretos al anochecer entre arenas blandas y telares confidentes.

Humildes artesanos exhiben sus creencias a la par de orgullosos plateros que sonríen con un ojo en tanto que con el otro vigilan sus filigranas. No faltan los brujos, un poco médicos, pero fundamentalmente yuyeros sabios que con todo lo curan, todo lo adivinan y lo solucionan.

Los canastos sin orden ni concierto exponen mil chucherías, revueltas y ansiosas por mudar de alojamiento.

Entre ellos se camina, se come y también se duerme. Los ponchos multicolores llaman los ojos de todos  “Mucho poncho, poca plata” protestan los que venden a los que quieren comprar por nada.

“Una collita de polleras inquietas elige hombre y le canta una colpa; si el escogido acepta, la toma de la mano y ya hay noviazgo en la Manca Fiesta.” En la Manca fiesta la iniciativa amorosa será siempre atributo femenino. Ella dirá con su encanto que esta sola esperando. No hay ofensa en el callado rechazo.

La feria toma color y bullicio después de la primera noche. Todos han exhibido lo que tienen y quieren trocar o vender.

Octubre es un lindo mes, más allá de Toro Ara, entre La Quiaca y el pueblo Marqués de Yavi. La Puna calma sus vientos para que se escuchen las propuestas copleras de la Manca Fiesta.
Duende.

Le llaman “dobente” en la Puna. Es el duende universal en su versión puneña. Creen en él y le temen.

Son espíritus de la naturaleza que vagan en todas las soledades campesinas del mundo y que probablemente tenga su origen con la llegada del español. Son lo quiméricos seres nacidos en las fantasías populares de todos los países, que tienen de común entre sí su tamaño liliputiense, su genio travieso, inquieto y juguetón y su constante afición por torturar a los hombres, niños y doncellas, de mil maneras distintas.

En la puna se lo identifica desnudo y de no más de 50 centímetros de altura; tiene una mano de hierro y otra de lana y un enorme sobrero de ala ancha, que le cubre por entero desde arriba su pequeño cuerpecito.

Duendes buenos, duendes malos. Ni muy buenos ni muy malos. Siempre traviesos. En Jujuy se esconde tras la roca solitaria de la Puna y en las profundidades del manantial. En las selva se los conoce muy poco y en los llanos se los ignora.

Dice la tradición, que siempre es bueno llevar un rosario o un lazo. Sirven para alejarlos. A gente de estas armas llevar, no se atreve el duende sombrerudo.

Cuentan algunos paisanos, que, en ciertas ocasiones le han oído tocar la guitarra en los cerros, de una manera triste, y cantar como lagrimeando.
Si te ha gustado el artículo inscribete al feed clicando en la imagen más abajo para tenerte siempre actualizado sobre los nuevos contenidos del blog:

A PROPOSITO DE Hugo Rep

Quiero agradecer a todas y cada una de las personas que han participado en este humilde blog fotográfico ya sea comentando, haciendo sugerencias, suscribiéndose, o simplemente entrando a leer alguno de los artículos.

0 commentarios:

Publicar un comentario

Ultimos artículos publicados

Recent Posts Widget

Copyright © 2015 Galería Fotográfica de Argentina

Designed by Templatezy